15 octubre, 2012

Las calles de Buenos Aires olían a vos. Al menos de tres a cinco de la madrugada. No te lo tomes como un halago, sino como una virtud. No todo el mundo puede oler al peor lugar en el mundo para olvidar. De hecho, si me concentro mucho, las puedo ver a las dos. A vos, y a Buenos Aires, o a vos en Buenos Aires, paseando orgullosas la sonrisa de quien sabe que no va a fracasar. La sonrisa de la victoria. Alguna vez tuve mucha curiosidad por saber cómo se podía sentir alguien capaz de sonreír de ese modo, pero ni siquiera traté. Eras linda, pero chicas lindas hay muchas, y la verdadera clave está en saber sonreír. Eso es lo que marca la diferencia. Malditos los días en que sonreímos más de la cuenta, porque fue tiempo en que no nos besamos. Aunque ahora da igual, porque tengo un amigo que tiene un amigo que asegura que Buenos Aires ya no existe, y del mismo modo, para consolarme un poco, -pero no te engaño, sólo un poco-, a veces pienso que ya no existís. Pero después te veo por la calle de la mano de todos los hombres que no son yo, y maldigo todas las manos y todas las sonrisas. Te veo y maldigo Buenos Aires porque es como vos, una mentira hermosa.