26 septiembre, 2012
Cuando veo esa gúnfula entre el cúmulo del té se me amalana el noema, se me agolpana el clémiso y caígo en hidromurias, en salvajes ambonios, en sustalos exasperantes. Cada vez que procuro relamar las incopelusas, me enredo en un grimado quejumbroso y tengo que envulsionarme de cara al nóvalo, sintiendo cómo poco a poco las arnillas se espejunan, se van apeltronando, reduplimiendo, hasta quedar tendido como el trimalciato de ergomanina al que se le han dejado caer unas fílulas de cariaconcia. Y sin embargo es apenas el principio, porque en un momento dado ella se tordula los hurgalios, consintiendo en que yo aproxime suavemente mis orfelunios. Y me enferma, en un lindo sentido, ojo.