Hubo una vez un lugar en el que siempre era invierno. Donde las narices siempre hubieran estado rojas y tapadas por las bufandas, no había cisnes y uno podría haber sabido a dónde iba una persona con sólo verle el aliento. No nevaba, porque no llegaba la lluvia y por eso cuando nevaba, era como el primer día de tu primer año en la escuela.
No había edificios altos de esos que pasan los cincuenta pisos, ni tampoco bajos, de esos que no llegan a los tres. Las calles no eran de nubes pero no pasaban nunca autos, no tenían baches de esos que te hacen golpear la cabeza contra el techo de felpudo, ni poca luz. Pero los autos se habían ido de este lugar con los cisnes. Nunca hubo un robo ni un asesinato. Tampoco ninguna maldad cometida de parte de alguien hacia nadie.
No había reyes. No había nada muy diferente de ninguna otra cosa. Había algunos árboles que crecían de forma muy parecida que nos hicieron acordar a las clases de natación. El día que nadamos de pecho y nos dijeron que con nuestras alas teníamos que agarrar un libro, abrirlo, mirarlo, romperlo, agarrar otro, abrirlo, mirarlo, romperlo. Repetir el proceso hasta que te lleve a algún lugar. Por suerte siempre nos costó abrir los ojos abajo del agua así que dejamos natación.
Una vez un árbol creció nadando croll y los otros lo miraron tan mal que sus flores se hicieron pimpollos y sus ramas se ablandaron tanto que se movían con el viento sin lluvia y cuando no había viento, colgaban. Así podía irse nadando, o enterrarse. Pero no hizo ninguna de las dos y solo terminó siendo todavía más croll que los árboles que crecieron de pecho, así que se murió, pobre.
Nunca hubo perros, ni jirafas, ni lagartijas ni lombrices. Ni cisnes. Tampoco hubo mucha gente. En realidad nunca hubo gente, por eso todo esto no lo sé en realidad, porque nunca nadie me lo contó. Y en ese lugar en el que siempre era invierno, las cosas no podían ser verdad si no te las contaba alguien o había una explicación. No hay explicación para los lugares, simplemente existen. Si dejamos que la vida se rija por la razón se destruye la posibilidad de vida pero tampoco hay que naturalizar lo que existe como obvio.
Hubo una vez un lugar en el que siempre era invierno. Donde las narices siempre hubieran estado rojas y tapadas por bufandas. Si hubiera habido narices.