Cuando Frin era pequeño pasó una época en la que tuvo miedo de que llovieran meteoritos. Nunca había visto uno y, cuando en la tele pasaron un documental, se decepcionó: al fin y al cabo eso era una piedra cualquiera, que habrá caído del cielo, pero una piedra común y corriente. Ni modo de explicarle que eso, precisamente, era un meteorito. Su miedo era que cayeran muchos, correr sin refugio. Ni la casa, ni papá, ni mamá, y que el cielo no fuera aquella cosa celeste, quieta, segura. A lo que Frin temía era a que de repente ocurriera algo que rompiera todo, y que fuera inexplicable. Un miedo probablemente nacido de las súbitas peleas en casa, que irrumpían de manera inesperada. el cielo, el hogar, es decir: los papás, de pronto eran una lluvia de meteoritos. Todo quedaba lleno de monstruos escondidos, acontecimientos que no tenían explicación y arrasaban como un huracán, como un golpe de estado, en un país. Te despertás una mañana y hay música militar en todas las radios. No en una sí, y en otra no: en todas. Dan ganas de salir corriendo y ponerse a salvo, pero no hay hacia donde correr.
Lo bueno de Frin, es que siempre que lo abras va a tener algo hermoso que contarte, hermoso y que va a ser la verdad.