La vida es demasiado corta como para levantarse llorando en mitad de la noche, pero demasiado larga cuando de sangrar por alguien se trata. Es demasiado corta como para no sangrar por nadie; seguí, no pares hasta sangrar. Son tus propios dientes los que arrancan esas primeras gotas de sabor metálico que luego se convierten en un río alcalino-térreo y se vierten desde pozos vacíos levantados por quién sabe qué bomba.
Forman ríos sobre mi brazo que zurcen su cauce esquivando árboles de pelo y de ceniza. Caen al vacío, algunas más rápido que otras y otras quedan adheridas en la piel. No te confundas, éstas no corren mejor destino que las primeras, porque terminan yéndose por la cañería de algún baño y las heces de ratas terminan nadando entre ellas y nadie las recuerda.
Las existen grandes, y son las gotas que más rápido caen pero a veces forman un lago escarlata de entendimiento que a todos confunde. Porque el dolor es el color más hermoso que existe. Las más pequeñas son menos espesas pero por alguna razón tardan menos en escurrir, será su livia(linea)neidad(leidad). La sangre se evapora y se forman nubes vespertinas en la noche, como aquella vez junto al lago que existe en un paraíso perdido en Lavallol y Beiró. Las noches rojas significan que ese día yo sangré en tu nombre.
Y digo que estas gotas tienen más suerte porque son las que pueden terminar de despertar a alguien en mitad de la noche llorando, soñando que vuelvo; o mejor: que nunca me fui. Porque efectivamente: la lluvia es mi sangre.